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Padre e hijo (2003) ***


 Padre e hijo
TÍTULO ORIGINALOtets y syn (Father and Son)
AÑO2003
DURACIÓN84 min.
PAÍS
DIRECTORAlexander Sokurov
GUIÓNSergey Potepalov
MÚSICAAndrey Sigle
FOTOGRAFÍAAlexander Burov
REPARTOAlexander Rasbash, Andrej Shetinin, Alexei Nejmyshev, Martina Zasukhina, Fedor Lavrov
PRODUCTORACoproducción Rusia-Francia-Alemania
PREMIOS2003: Festival de Cannes: Premio FIPRESCI. Nominada a la Palma de Oro
GÉNERODrama | Familia
SINOPSISUn padre y un hijo viven en el último piso de una casa antigua. El padre se ha retirado del ejército. No ha acabado la carrera militar por deseo propio, sino forzado por las circunstancias. Ahora, cuando se acerca a la madurez y tras haber participado en acciones militares, lo han transferido a la reserva. Cuando estudiaba en la escuela de vuelo experimentó el primer y único amor de su vida. La chica se convirtió en su mujer y tuvo a su hijo. Los dos tenían veinte años entonces. La mujer murió cuando era joven. Este amor sigue siendo su única felicidad secreta. Al padre, los rasgos del hijo siempre le recuerdan a su mujer. No diferencia a su hijo de su amor, que aún perdura: es lo que lo une a su amada. (FILMAFFINITY)





Hay obras que te atrapan, provocan una honda conmoción y, quizá, hasta te transforman. En esa tesitura privilegiada transcurre “Padre e hijo” (2003), deAleksandr Sokurov, segunda entrega de su trilogía sobre las relaciones humanas.
La película nos introduce en una burbuja, un espacio vital reducido representado por el último piso de una casa antigua donde viven un padre y un hijo. El padre es un militar viudo prematuramente retirado a los 40 años; el hijo ha iniciado sus estudios de medicina en una academia militar de la que espera salir algún día siguiendo los pasos de su progenitor. En esa buhardilla, que emerge como un faro sobre el resto de la ciudad, ambos han construído un microcosmos propio y autosuficiente, un refugio que apenas necesita del mínimo contacto con el exterior. Y es que todo lo que precisan y lo que les sustenta es el profundo vínculo afectivo que se profesan. Este padre y este hijo se quieren mucho. Se aman. Absolutamente.
Todo en esta película está impregnado de profunda sensualidad exenta de afectación y de un intimismo conmovedor por su franqueza. El gran hallazgo de Sokurov reside precisamente en la indefinición de esta relación que, si bien está mostrada con una corporalidad que se adueña del espacio a cada fotograma, en el fondo está perfilada con trazos imprecisos: aquí no hay siquiera un beso pero los rostros se refugian en el otro cuerpo buscando el olor de la piel; también se escucha el oleaje de unas respiraciones que resultan más explícitas que muchas frases y aunque hay palabras que terminan en puntos suspensivos los silencios están poblados de miradas enciclopédicas. Al despojar esta relación de toda posible etiqueta (¿relación incestuosa, homoerótica?) Sokurov consigue extraer de ella el puro sentimiento y mostrarlo desnudo al espectador que se sumerge en una experiencia emocional impactante.
Con todo, el énfasis que pone Sokurov en sus declaraciones rechazando dobles lecturas resulta algo sospechoso: casi se diría que Sokurov lo que pretende en realidad es evitar que la puerta entreabierta de una sutil ambigüedad no se mueva más allá de lo necesario: la contención es un recurso expresivo muy poderoso. En este sentido, la primera secuencia resulta en todos los sentidos (y para todos los sentidos) paradigmática: el padre se apresta a tranquilizar al hijo que está sufriendo una pesadilla y lo coge en brazos confortándolo:
Al hacerlo, el hijo manifiesta el placer ante el consuelo recibido abandonándose a un ronroneo pausado y buscando el calor de la piel protectora que le conducirá de nuevo al sueño:
Asistimos a la escena sobrecogidos sin poder evitar la turbadora sensación de que tras ese forcejeo de músculos en tensión y la creciente agitación en la respiración de ambos que culmina con un leve grito por parte del hijo en la vorágine de la pesadilla, grito que dará paso a una progresiva relajación, se encuentra el trasunto simbólico de un orgasmo.
La de Sokurov es una invitación a la mirada contemplativa para sintonizar con un discurso que late más allá de las palabras. Para Sokurov, el plano representa al mismo tiempo el mapa físico y la geografía emocional de las cosas y por ello se vale de recursos que envuelven las imágenes con un halo onírico como la fotografía sepia a la manera de un antiguo daguerrotipo o el uso de lentes tintadas en los bordes y de objetivos anamórficos:
Al prescindir de toda hojarasca y situarnos en el centro mismo de la emoción, Sokurov se permite exhibir un virtuosismo audaz que no sólo consigue materializar en pantalla el propio sentimiento amoroso sino que incluso lo muestra fluctuando entre los platos de la balanza (padre e hijo) al auxilio de las necesidades puntuales de cada uno. Así, podemos observar en un mismo plano cómo el afecto del hijo acude al rescate del padre en un momento de debilidad (arrinconándolo contra la pared y sosteniéndolo con la mirada) para inmediatamente producirse una inversión de papeles al claudicar el hijo en el regazo del padre haciendo que éste recupere su rol protector:
Hay razones de sobra para que la debilidad y el dolor aflore en ambos. En el fondo, “Padre e hijo” es la historia del anuncio de una separación. Ambos saben que el momento está próximo. Hay una secuencia cargada de simbolismo en la que el hijo intercambia unas palabras con la chica por la que se siente atraído. Hablan a escondidas desde una ventana de la academia militar. Ella le reprocha que no se atreva a dar un paso definitivo para afianzar su relación pero él se queja amargamente: “¿por qué no puedo amaros a los dos al mismo tiempo?”. El simbolismo viene dado porque la comunicación entre ellos se produce a través de una pequeña abertura, no hay un contacto directo; es la representación precisa en imágenes de la realidad de esa relación:
Pero se trata de un muro aparente (la ventana es de cristal y no está cerrada del todo) porque en el fondo es una barrera inexistente, es una creación mental del chaval que todavía no acierta a comprender que la fidelidad afectiva que siente hacia el padre no es en modo alguno excluyente de otro tipo de amor; es una barrera que poco a poco deberá derribar por sí mismo conforme descubra que la vida así lo requiere.
Hay un leit motiv a lo largo de la narración explicitado en una cita: “El amor de un padre atormenta. Con el amor de un hijo uno se deja atormentar”. Y es que la mayor prueba de amor del padre hacia el hijo será, paradójicamente, muy dolorosa: asumir la necesidad de dejarlo marchar algún día.
“Padre e hijo” es un poema hondo que se desnuda de razones y definiciones para exhibir el más puro (y duro) sentir.